Por ser tan propia y particular del ser humano la capacidad de hablar y comunicarse, la exigencia de ejercitarla está profundamente arraigada en su naturaleza.
El hombre exige ante todo poder comunicarse con sus semejantes, es decir hablar y que se le escuche.
Esta característica de la conducta humana debe ser tomada en cuenta por todo aquel que desempeña funciones supervisoras en una empresa, es decir por quienes están llamados a dirigir y motivar el trabajo de otros.
La necesidad comunicacional del trabajador se manifiesta en muchas formas por ejemplo, con el deseo de que su jefe lo salude cortésmente y lo llame por su nombre o que le de una palmadita de aprecio por haberse hecho merecedor de un elogio debido a su dedicación al trabajo o por haber alcanzado algún éxito personal.
Los trabajadores esperan que sus jefes encuentren la manera de atenderlos y escucharlos cuando deseen comunicarse con ellos, bien sea sobre asuntos de carácter estrictamente personal, que atañen a sus vidas privadas, o sobre problemas propios de su trabajo. El sentimiento de la dignidad personal así lo exige para poder hablar cuando sea necesario, es decir para comunicarse inteligentemente con sus supervisores.
Defraudar las expectativas de una adecuada comunicación los resiente y hiere profundamente su sensibilidad y su sentido del honor y de la dignidad personal.
Por el contrario una efectiva comunicación de doble vía entre los trabajadores y los supervisores favorece la productividad y el uso de dos de los recursos más valiosos de una empresa: la inteligencia y la experiencia de los hombres que laboran allí.
“La razón por la que tenemos dos oídos y una boca es para poder escuchar mas y hablar menos”
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