A través de la televisión, relajamos nuestras expectativas racionales para entrar en universos llenos de nuevos significados, retornando a la realidad con parte de nuestras perspectivas transformadas, las que nos permitirán cambiar este mundo.
Los programas culturales pueden abordar todos los temas contenidos en la experiencia humana, desde sus aspectos más técnicos e instrumentales, hasta sus revelaciones e identidades mas espirituales, discursos e imágenes de una cultura que hacen parte de la “universalización” de la sociedad occidental y de su “lógica civilizatoria”, tornándose a través del espectáculo televisivo en un proceso de socialización que por un lado aproxima al gran público a la realidad, tendiendo a facilitar su comprensión, mientras que por el otro lo distancia, construyendo un espectáculo que disminuye su sentido de credibilidad. Esta aparente contradicción entre educación y entretenimiento es parte importante de los actuales problemas que enfrenta este género, conflictos generado no solo por la oposición de intereses que enfrentaron a productores y teleducadores, sino por esa falsa dicotomía que contrapone entretenimiento y conocimiento, quitándole sentido cultural a la diversión y restándole placer a la reflexión. Juntar estas dos perspectivas significan, valorar el sujeto televidente en su dimensión humana, formarlo para que recupere sus valores, integrarlo en la convivencia social y educarlo o para que goce de la vida.
La televisión puede ser el mejor medio para rehumanizar este vinculo entre su razón y su sensibilidad devolviéndole el perdido “placer a las formas de conocer”.
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