Somos muchos los que anhelamos un enfoque más relajado, un ritmo de cambio menos dinámico y menos presión para llevarlo a cabo, el único problema es que este “nirvana” ya no existe.
Si ya estamos inmersos en el cambio, padeceremos el estrés que conlleva, pero si no estamos cambiando, pronto sentiremos aun más presión. Aquellos competidores que se adelantaron y sembraron antes que nosotros se encontraran ahora mejor situados, serán más rápidos o más baratos que nosotros.
La distancia entre nosotros y ellos se habrá hecho mayor y ahora imagínatelo tendremos que cambiar a más velocidad que ellos con el fin de ponernos a su altura o de lo contrario, arriesgarnos a pagar las consecuencias del fracaso.
Ante esto algunos de nosotros intentamos encontrar un equilibrio escogiendo una pauta de cambio con la que nos sintamos cómodos. Nuestra lógica en este sentido es que podremos minimizar los inconvenientes del cambio regulando convenientemente nuestro ritmo de adaptación.
Pero esta puede ser una ilusión peligrosa en el caso de que nuestro propio ritmo “cómodo” sea más lento que el que necesita nuestra empresa, nuestra organización o bien nuestras relaciones. Nos arriesgamos a quedarnos retrasados y los del furgón de cola casi nunca acaban la carrera.
Recomendación
Muy pocas empresas y organizaciones en las que hay poca presión, están en la senda de la supervivencia. Las que están logrando progresos significativos son las que han tomado la decisión de asumir las dificultades y adversidades propias del cambio. No consienta que su mente le engañe haciéndole pensar que está bien tomarse las cosas a un ritmo que siempre encaje en su área de comodidad.
Mantenga los niveles de velocidad de aquellos que lideran la marcha. Concéntrese en las acciones y técnicas tangibles que le permitan maximizar su productividad personal.
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