Cada sociedad humana vive en un continuo devenir para perfeccionar su adaptación en un medio que incesantemente cambia; las etapas venideras de ese proceso son concebidas por la imaginación de los hombres en forma de ideales. Un hombre o un grupo son idealistas cuando ponen su energía al servicio de la realización de ese perfeccionamiento.
Los ideales son anticipadas representaciones que se dan continuamente en una inestable realidad social. Cuando no expresan una forma del posible devenir, son fantasmas y quimeras. El valor del Ideal es la experiencia. En el curso de la vida social, sobreviven los más adaptados, los coincidentes con el perfeccionamiento.
Todo ideal es respetable y es útil por su fuerza de contraste, es una visión remota y por lo tanto expuesta a ser inexacta.
En función de la experiencia, toda ética idealista aspira a expresar un anhelo de perfeccionamiento. Son idealistas las personas que anhelan algún futuro mejor contra un actual imperfecto.
Los grandes hombres siendo idealistas, innovaron en su época y se anticiparon a las siguientes.
Los ideales son múltiples y concretos, funcionales y perfectibles, variantes como las condiciones mismas de la vida humana. Es inevitable que los individuos y las sociedades, formulen bajo distintos aspectos sus hipótesis de perfección, relativamente a sus experiencias personales. Por eso hay tantos idealismos como ideales, ideales como idealistas y tantos idealistas como hombres aptos para concebir perfecciones.
La conciencia social formula en cada época ideales propios, que interpretan nuevas posibilidades de experiencia renovada. Lo que ayer fue ideal puede ser hoy interés creado, enemigo de ideales legítimos, y el ideal de hoy podrá convertirse mañana en rutina obstruyente de nuevos ideales.
El tiempo integrando la experiencia, modifica el valor de los ideales y el devenir exige la renovación de los mismos.
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