Solemos llamar empresario a toda persona que tenga una industria o comercio con empleados, lo que no necesariamente es correcto. Muchos negocios o industrias dependen por completo de la actividad del propietario y si este llegara a faltar, el negocio o empresa como tal dejaría de existir.
En estos casos estamos ante un formato especial de autoempleo más que en la categoría de empresario. En muchos casos se trata de personas a las que no les gusta delegar tareas.
Un estudio jurídico puede definirse más como una empresa debido a que ha logrado institucionalizarse y perdurar en el tiempo, aunque su fundador haya muerto, que una gran casa de modas que dependa enteramente de su propietario.
En el primer caso hay una organización autónoma y estructurada, en el segundo hay una persona tan exitosa que tiene colaboradores pero no deja de ser otra forma de autoempleo, incrementado en tamaño pero no en organización.
Solo entran en esta categoría quienes son capaces de fundar una empresa o iniciar un negocio con una estructura que le permita funcionar sin depender de una persona en particular.
Los verdaderos empresarios dueños de negocios crean una estructura compleja, capaz de funcionar sin su presencia y que coordina personas, capital y otros factores de la producción como tecnológicos, industriales o comerciales.
Estas personas son capaces de delegar funciones y por lo general logran ser exitosas por que se rodean de personas inteligentes y mejor capacitadas.
Cabria suponer que quien posee estas capacidades y aptitudes empresariales también tienen habilidades y talento para crear riqueza, mantenerla e invertirla. Por paradójico que pueda parecer, este principio no siempre se cumple.
Muchos empresarios se forman como producto de una serie de circunstancias particulares: consiguieron contratos con el estado, contaban con habilidades especificas requeridas en un momento en particular o aprovecharon hábilmente la coyuntura, como durante la reconstrucción de un país, por citar algunos ejemplos.
Pero esos mismos empresarios no lograrían repetir esa experiencia en otros ámbitos, ni pueden transmitir a sus hijos conocimientos especiales que los ayuden a triunfar como ellos lo hicieron.
En parte por esto suelen observarse casos de segundas o terceras generaciones que liquidan la empresa recibida de sus mayores, heredaron una empresa en funcionamiento pero nunca les explicaron la fórmula para mantenerla.
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