Todos hemos sufrido de estrés, lo estamos sufriendo o lo sufriremos en mayor o menor medida. Puede no ser malo; un nivel adecuado de tensión libera la cantidad necesaria de adrenalina como para preparar a nuestro cuerpo y a nuestra mente ante los desafíos.
El estrés negativo no es la ansiedad, la tensión o la excitación nerviosa; esas alteraciones son, en todo caso, causas o consecuencias.
El estrés es una alteración endocrina y del sistema nervioso, como consecuencia de una agresión externa o interna, excesiva o permanente, real o imaginaria, que incrementa la activación de las defensas del organismo tan intensamente que supera la capacidad de absorción de las mismas.
Cuando uno de nuestros más remotos antepasados se enfrento a un enorme oso, con la disyuntiva de comer o ser comido, su cerebro emitió una señal de alarma, libero ciertas hormonas y estas estimularon sus glándulas suprarrenales para producir adrenalina y cortisol, las hormonas esenciales del estrés, todo su cuerpo se alerto para poder actuar en situaciones de ataque o huida, se incremento su ritmo cardiaco, se dilataron sus vasos sanguíneos, se debilito su percepción de cansancio y se agudizaron algunas facultades cognitivas. Pero todo esto tuvo un coste; al movilizar todas las fuerzas del organismo, este se olvido momentáneamente de activar sus sistema inmunológico ya lo prioritario era el oso.
Cincuenta mil años después en 1936, el médico húngaro Hans Seyle , emigrado al Canadá, comenzó a estudiar con éxito la compleja interrelación entre el sistema nervioso y el inmunológico. Hoy no es un secreto para nadie que los estados de ánimo tienen una fuerte incidencia en la salud.
Como las agresiones van a existir en cualquier circunstancia y las enfermedades no son nada deseables, convendría que limitáramos el efecto negativo del estrés, bien filtrando la aparición y frecuencia de las amenazas, bien mejorando nuestra actitud ante su aparición.
Ante el mismo acontecimiento, dos personas distintas pueden reaccionar de forma totalmente diferente en función de su preparación, su disposición o su personalidad. Así, dos cazadores en el mismo puesto, pueden considerar la aparición de un jabalí adulto y furioso como una amenaza provocadora de estrés o como una oportunidad de cobrar una excelente pieza, lo que incidiría en una descarga de adrenalina y un aumento de emociones positivas.
Un estudiante ante la prueba de un examen puede sentirse paralizado, con temblores y sudoración fría o puede desear ser llamado para lucir sus conocimientos. Hay quien disfruta hablando en público y hay quien lo considera una prueba insuperable. El mismo acontecimiento puede verse como una amenaza peligrosa o como un reto estimulante.
Se puede producir una crisis de estrés agudo provocado por el impacto de una agresión externa brutal y repentina. Accidentes, actos terroristas, delincuencia, temblores de tierra, muerte de un ser querido, son ejemplos desencadenantes. Está claro que no hay soluciones apriorísticas, pero se sabe que hay personas más templadas que otras; unas por su crga genética y otras porque se han sometido a un entrenamiento adecuado para no perder la calma. Una cierta dosis de fatalismo no es mala consejera; si nos ponemos en lo peor y lo despreciamos, nada podrá sorprendernos.
El estrés agudo acumulado es más habitual y se produce tanto por la intensidad de las agresiones y los efectos defensivos correspondientes, como por la acumulación de hechos estresantes en un espacio de tiempo suficiente corto, como para no dar tiempo al organismo a recuperar los desencadenantes. Así la intensidad del estrés dependerá del numero y gravedad de los impactos recibidos y de la concentración de los mismos en espacios de tiempo suficientemente cortos.
El estrés post-traumático es el síndrome de adaptación del sistema nervioso alterado por un acontecimiento estresante agudo. El tiempo de recuperación es muy variable, pero esta generalmente se consigue si no intervienen otros factores estresantes acumulativos. Es característico el rechazo a ruidos, vibraciones o espectáculos que recuerden indirectamente acontecimientos de impacto sobrecogedor.
El estrés crónico de adaptación implica que la estrategia fisiológica necesaria para hacer frente a situaciones amenazadoras se prolonga en el tiempo, se hace crónica y la disminución de la resistencia inmunológica se hace permanente, lo que puede desembocar en graves dolencias.
Es curioso que aquí el estrés puede estar provocado por la constante acumulación de agentes, que aislados son posibles inocuos y por la personalidad del sujeto en el tratamiento de los mismos. La adicción al trabajo, el tráfico mental, la desconfianza, la presión empresarial, el desorden, el descontrol, son situaciones de alteraciones del equilibrio. Las hormonas protectoras se producen repetida y acumulativamente; todos los días son solicitadas antes de que hayan desaparecido del torrente sanguíneo las producidas en días anteriores. Sus efectos pueden agudizarse con una dieta desequilibrada, rica en grasas, con el consumo de tabaco o alcohol y con la vida sedentaria.
Hay personas cuyos rasgos más definitorios son la impaciencia, la competitividad y la urgencia; son generalmente agresivas, levantan la voz, son enérgicas y absorbentes. Corresponden a lo que los cardiólogos americanos clasificaron como patrón A.
Me parecería una ligereza recomendarles que se comportasen de forma absolutamente contraria y se integrasen en el patrón B, pero si les recordaría que la excelencia en el comportamiento exige, en primer lugar, conocerse a sí mismos y en segundo lugar adoptar hábitos constructivos a través de un entrenamiento meditado y sistemático.
En este último tipo de estrés si pueden haber soluciones sin tratamiento médico, no para curarlo, pero si para prevenirlo, para controlarlo:
- Adoptar un comportamiento holístico, equilibrando el tiempo asignado al trabajo, a la familia, al ocio y a la salud.
- Utilizar un “sistema de gestión personal”, planificar y programar en el los proyectos y las acciones. Hacerlos todos los días, de esa forma evitaremos el trafico mental y la angustia provocados por el descontrol.
- Asumir un plan de vida saludable: menos grasas, menos alcohol, menos tabaco y más ejercicio. Querernos más a nosotros mismos.
- Intentar un estilo de vida más pausado. Moverse, conducir, hablar, comer y tener una relación son actividades elementales y básicas. Hacerlo todo más despacio.
Tomado de «El decalogo de la excelencia» de Jesus Mondria
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