Muchas veces se generan problemas y conflictos que limitan la participación de las personas en un grupo. Esto se debe en gran medida a las actitudes de algunas:
Personas temerosas; con miedo a no ser aceptadas como miembros del equipo o a no contar con la aptitud que se espera de ellas. Demuestran inseguridad y falta de confianza en sí mismas, preferieren permanecer calladas por miedo a equivocarse.
Personas fuertes; personas que quieren destacarse dentro del grupo y tratan de llamar la atención con “sus conocimientos” o “genialidades”, o “hacen sentir su autoridad o superioridad”.
Personas agresivas; las que atacan verbalmente a los demás integrantes, manipulando muchas veces para lograr imponer ideas que, aunque no sean las mejores, son aceptadas para evitar enfrentamientos.
Personas pasivas; que se aíslan ante conductas agresivas o frente a alguna controversia o si alguien les manifiesta desacuerdo.
Personas dispersas; que no prestan atención al diseño y ejecución de las tareas. Muchas veces intentan distraer a los demás integrantes buscando la diversión y desviándolos de su objetivo grupal.
Personas ausentes; personas que literalmente no se encuentran presentes o buscan evadir el problema, se retiran o amenazan con hacerlo. Generalmente aportan muy poco.
Personas negativas; que aparentan ser realistas pero son cómodas y no se atreven al cambio. Suelen pensar: “yo no puedo aportar nada”, “es más de lo mismo” Tienen una visión negativa de las cosas, aparentan estar colaborando pero su actitud impide que el grupo se realize.
Estas individualidades, no deben dificultar el trabajo en equipo, sino abrir un espacio de intercambio, basándose en el respeto mutuo, el reconocimiento de las distintas posiciones, basadas en las diversas ideologías; concepción del mundo, historia de vida, formación, cultura, etc. Todo ello para luego trascender de las posiciones diferentes, encontrar objetivos comunes y ser creativos para juntos, encontrar opciones que conduzcan a excelentes resultados.
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